Nací junto al mar, pero vivo en el bosque, al borde del encinar de las bellotas dulces (arte-goxo). Aún corro cuando las olas me llaman, pero ya no he de acariciar todas las tardes la barandilla de la Kontxa. Enraizó mi musgo, pero sonrío al viento cuando me trae gotas de agua salada.
Al callar las hojas, escucho el susurro de la cascada del Urederra. Me recuerda que todo pasa, que nuestro Nacedero interior puede comenzar a brotar agua pura en cada instante. Las encinas abrazan con sus ramas mi casa de madera. Al igual que ellas, intento también llover frutos dulces sobre la tierra. La Creación me ha dado de todo y es obligada la correspondencia. De vez en cuando bajo al mundo y junto a mis herman@s conspiro por la Aurora.
Me siento junto a la ventana e intento difundir confianza una y otra vez renovada. Me pongo a la pantalla y trato de anunciar buena nueva, la noticia siempre ilusionada de que la Vida en la carne, en la materia es una maravillosa aventura y que es preciso apurarla creciendo, amando y entregando.
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